Llamar a la vanguardia a romper filas
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Resumen
Las concepciones vanguardistas, desde el arte hasta la política, fueron propias del espíritu de la modernidad. Tras "poner orden" en el mundo y "fijar" las etapas de la historia, quienes se consideraban en la "vanguardia" se veían a sí mismos en posesión de las claves del progreso y como protagonistas de las "revoluciones" necesarias. Escarmentados de "revoluciones totales" que han acabado en posiciones tan conservadoras como las de los "reaccionarios" que se criticaban, parece más conveniente pretender -invirtiendo el famoso dicho de Lampedusa- "que cambie sólo algo, y muy lentamente, para que de verdad cambie todo". Porque no es cuestión de quedarse paralizados, sino de responder adecuadamente al imperativo teórico y práctico que entraña la inversión propia del espíritu de la postmodernidad: de la homogeneidad a la diversidad, de la totalidad a los fragmentos, del orden unificante al mundo policéntrico, de las certezas a las incertidumbres... El pensamiento utópico no puede sustraerse a esos desplazamientos.